
Mientras soplaba su cortado, después de ponerle dos sobres de azúcar, evitando el edulcorante recetado verbalmente por su médico, ahí en ese bar de 27 de abril y Belgrano, cuando un hombre mayor, de unos 65 años con su pelo, escaso pelo teñido paso frente a él, con vidrio de por medio, pensó y reflexiono en la cantidad de armas tratables para remediar la vejez, para remediar la mantención social de la juventud eterna y las contradicciones del ser humano contemplando ávidamente el paso de la vida, constantemente balanceando todo lo que en ese momento, oportuno o no, ocurre; la desaparición y aparición de felicidad cuando se lucha contra el tiempo, contra la pesadumbre de los años y no mira en la experiencia adquirida; toda esa conjunción fue en cinco minutos, ya su taza solo contenía un cuarto de su café.
Desde aquella vez, criminalizaba a quien no concibiera el paso de los años, aun así aniñándose en su pensamiento cada vez más intransigente, rodeándose de juventud y se sentía sapo de otro pozo con los padres de sus amigos, que a su vez eran los amigos de sus hijos.
Desde aquella vez repudiaba caprichosamente las visitas mensuales con su médico, que le tiraba constantemente las orejas después de verle los análisis, pero por sus venas no corría otra sangre que no fuese sangre juvenil; se autoproclamaba un caso excepcional, decía que su reloj biológico dejo de correr, se estancó, se paró, como esos relojes de las iglesias; el espejo del baño, del ascensor, el de la tienda de ropa, el de cualquier hall, reflejaban lo mismo.
Desde aquella vez renegaba de todo, pero si había aprendido a esperar y a tomar paciencia, tal vez por el hecho de usar bastón, tal vez por caminar lento y con cuidado, eso le enseño a ver las cosas con más detenimiento, cuando todos o casi todos, exceptuando niños, pasan rápido y lo esquivan, nadie le dice nada y saco provecho a esa situación, ni cuando cruza la mitad de la calle lentamente, esperando algún bocinazo o frenada, pero nadie le dice nada, quien le va a decir algo a un viejo.
Desde aquella vez comprendió que generalmente las proyecciones o las planificaciones no evolucionaban o no se daban como imaginaban, es irreversible el paso del tiempo y se estaba poniendo viejo.
Drake Ramoray.