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Cuando la cuidad despertaba y las faunas nocturnas se despedían o decidian alargar sus aventuras, él también despertaba, el reloj maraca las 6:45, ese sonido atornillador que todos los días lo perseguía para  despedirse de  las sabanas, sonaba una y otra vez; hacia frio y el sol aún se escondía temeroso también descansando o amando a la luna.

 

Aquella  mañana  despertó del sueño que lo acechaba,  el estigma la soledad le aterraba, pero lo seducía constantemente, renegando de la civilización, de los humanos y de la sociedad; la mañana lo espero a la salida del edificio con una cuidad desértica, no había sol, no había viento, no había árboles, parecía el advenimiento del fin, pero ¿el fin de que? ¿Para quién? ¿Para qué? Y pensó que era el fin, sin saber que era.

 

Nunca había estado en soledad, el mundo desapareció o él  desapareció del mundo, no había noción de nada ni de nadie, solo él, que creyó estar enfrascado en ese sueño o en una burbuja producto de una conspiración de seres de otro planeta pensó como primer medida, o tal vez había sido elegido para comprender el egoísmo del mundo y el veneno de la sociedad o tal vez  el fin de ese fin era otro fin que no sabía; le gusto esa incertidumbre, se adueñó de ella y era algo que podía llevarse siempre con él, se ilusiono con la idea de aferrarse al sentimiento de la nada concreta, de ese pensamiento seco, sin proyección, de entregarse a la supervivencia. Algunos días habían pasado y rondaba con felicidad por los espacios recónditos de la cuidad que lo había adoptado, cometió todas las infamias que se le ocurrieron, solo le faltó matar, pero no tenía a quien, solo estaba él y las infamias que cometió no tenían efecto porque solo con consecuentes cuando la sociedad esta activa, en esos momentos comenzó a sentirse líder de nadie y de nada, mirar al infinito fue su gloria, se sentía en el pedestal de los monarcas, era el dueño de toda la nada.

 

La soledad ya no le aterraba, le producía felicidad por instantes y en otros la nostalgia lo sacudía cuando recordaba las tardes frías de julio y la noche asomaba, las luces de la cuidad comenzaban a encenderse en el centro y ponía su mirada fuera de foco solo para ver las luces de las veredas y los autos, que ambas destellaban pequeños rayos y eso lo contentaba, pero no alcanzaba.  El fin verdadero estaba realmente acercándose  y no solo sabía hasta que vio otro hombre, igual a él, y se asustó, se sentido atacado, pensó en cual había sido el motivo para enviar otro hombre, pensó que tal vez fue Dios, muchas preguntas se llenaron en aquel hombre solo, ya infeliz, necesitado de contacto humano, se volvió indispensable acercarse al otro, pero con cierta reticencia; volvió a pensar como humano, otra vez, a temerle a la muerte, a agrandar día a día el ego, a pensar porque el mar es salado, después de aquel encuentro  decidieron armar la civilización y ese fue el fin.

 

Drake Ramoray

El fin

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