
Como buen infame que había sido, contaba con buena memoria que fue previamente
olvidada tras los momentos confusos que tuvo ante la muerte y fueron confusos porque
le tuvo miedo, más bien terror; toda la hombría y la valentía que caracterizaba al
hombre se había reducido al mínimo, casi la invisibilidad, contó con la suerte que
nadie pudo apreciar el momento de la verdad, porque ese es el momento del juicio
final, el momento en que todo hombre sueña luchar, el momento que todo hombre
soñó e imagino como lo haría, como triunfaría y si así fuera, como serían los festejos,
como lo recordarían; aun así en el intento de parecer lo que nunca fue y siempre
aparento, aquel hombre indomable y circunstancialmente amado por las mujeres y
temido por los hombres, cayo rendido, entregado cobardemente con lágrimas rodando
por su áspero rostro, cubierto de tupida barba y cejas anchas, esos ojos amarronados y
furiosos se llenaron de lágrimas de suplicio, lágrimas de redención, lágrimas de
temor y cobardía; toda la construcción de su persona, toda la idea imaginaria que
había creado de él, toda esa leyenda de héroe urbano, amado, odiado, rechazado y
adorado, había sido acobijado por los grandes hombres de la historia, apadrinándolo a
la tarea encomendada, cualquiera sea; ese hombre rogó por la vida, por su propia vida,
acobardándose, siendo humillado por sus detractores, a los cuales fue capaz de
pagarle con lo que no tenía para que el oro no deje brillar, pero estos, bien tenaces y
bien envalentados, hicieron caso omiso y dejaron en ridículo al cobarde, al mentiroso.
Los propios aduladores ayudaron a estos hombres y le centraron en el plaza del
pueblo, rápidamente y de forma improvisada armaron un pequeño escenario y en el
centro el cobarde con los ojos sumamente hinchados, ya no le importaba su
apariencia, solo que supo del fin, lo subieron a un banco y a su cuello lo rodeó una soga,
pidió y rogó por su vida, dijo que iba a besar los pies de todos para que lo dejen con
vida, que iba hacer lo que sea para poder vivir, pero reivindicarse imposible, lo dejaron
que siga rogando, siguieron humillándolo, hasta que se cansaron y lo colgaron, así
murió el infame cobarde, el hombre que nunca fue.
Drake Ramoray.