
Aquella mañana los monitores se propusieron marcar la línea recta, después de cuatro
años temblando en la pantalla esperando que el duerma por completo o se despierte
de una vez, tal vez, marcar la línea recta era aliviador, era lo que se necesitaba, el
descanso de años, esperar a que pase el temblor, la pausa definitiva.
La soledad de los médanos, el viento tenue y el sol que apenas quemaba hacia parecer
que era interesante esa estadía, como dar vuelta por el universo, como hacer el rito
diario; siempre estos años fue así, la cuota egoísta y un altar de sacrificios harto de
la espera; el hombre buscaba la puerta, quería ser luz, partir del desierto, pertenecer al
cielo, pero estaba enclaustrado en la materia, necesitaba la separación; tal vez todos
hablen del legado, de su paso en la mortalidad, de su accionar que marco la intimidad
de millones sin saberlo, por supuesto que sin saberlo.
Aquellos monitores solo marcaban el pulso, el latir del músculo bombeador que tal vez
fue el delator de avisar que no va mas, que ya esta; esa sensación seguro que estaba
escrita, Dios no se guarda nada, todo lo exhibe pero no significa que todos lo vean, el
mundo gira igual y el hombre encismado en los médanos tal vez armo un millón de
castillos de arenas, lo que otros no harían en años luz, el tiempo como un metrónomo
se desvío y alguien se acerco al desierto extendiendo la mano, mostrando la puerta, el
espíritu sonrió, despego de la materia, se elevó y miro, observo la grandeza de su paso
mortal, la influencia destacada y percatada en propio instante en que se alejaba sin
despedirse, aunque no hace falta el saludo, la pausa definitiva lo convirtió en luz para
siempre y lo destinó al incógnito, al que todos quieren ir.
A Gustavo Cerati.