
Fue un sábado ventoso de agosto cuando circulaba por la ruta 35 por la provincia de la pampa, iba en su auto escuchando “nightswiming” y sintió la nostalgia que esa canción le imprimía para sus recuerdos, para su pasado presuntuoso de poco amor de una vida regida por las estructuras dogmáticas de las antiguas familias tradicionales y clasistas de la Argentina, cuando sintió una necesidad i imperiosa, y digo imperiosa porque sus manos se manejaron por si solas para girar el volante hacia la derecha, como si el universo tenia escrito en su hoja de vida, vaya a saber en qué página, que tenía que entrar al pueblo que bordeaba la ruta, las manos hicieron esos movimientos que uno no espera, como el frio de verano, el amor ideal, el fin de los tiempos; ese movimiento que declaro involuntario, lo direcciono al pueblo que tenía un hermoso y rectangular arco de entrada, que apenas podía verse escrito en la parte superior “capital provincial del trigo”, mientras que a su derecha una gran fuente visiblemente inútil pero imponente para el tamaño sobre un parque infantil repleto de verde, de esos que en los pueblos nunca faltan, tal vez esa primera impresión y la nubladez impulso a conocer el lugar; al estar sobre la avenida principal, la entrada del pueblo le dio esa sensación de infinidad y eso fue decisivo para la visita esporádica que universo o dios o el destino o todo junto le había preparado.
La lógica del pueblo implica que la siesta tiene una obligación sagrada, casi dogmática de sus habitantes y eso fue puntual al momento de no encontrar a ningún humano, a nadie, ni siquiera un perro, que nunca faltan, que en los pueblos esta minado de perros y gatos, que conviven amablemente; la calles no tenían nombre, igual en los pueblos nadie sabe el nombre de las calles, porque todos se guían por alguna casa famosa o algún negocio de renombre, pero todo parecía ser el auténtico pueblo argentino con una fisionomía típica de la iglesia, banco, municipalidad y casas de la clase alta frente a la plaza, que como todas es la plaza San Martin y después se va distribuyendo a sus alrededores. En su segunda vuelta que indicaba la parte céntrica, vio un cartel de un quiosco que decía “tenemos la verdad absoluta” y era el slogan del diario local, un poco arrogante y eso lo hizo reflexionar hondamente, parando el auto y apoyando las manos sobre el volante, sobre la verdad y los arrepentimientos de los deseos que luego se convierten en frustración y eso convalida una concatenación de cuestionamientos y excusas, sobre cómo explicar esta visita por un movimiento involuntario de sus manos, de que la verdad permanece delante nuestro, de nuestros ojos sin poder verla, tal vez la verdad sea belleza y la belleza no es para cualquiera ¿pero la verdad al fin es una interpretación o un hecho concreto? se preguntó, o es que los pueblos tienen verdades a bases de idiosincrasias que van adoptando o mejor reformando con la el paso del tiempo, de costumbres, de mitos, de creencias, pero esas verdades no significan que sean las verdades o la verdad única o la verdad individual, tal vez sean las verdades más incoherentes que tiene cada pueblo, pero ellos es la que rige, la que manda a través de la que piensan, analizan, comparan, viven! Y eso es lo que los hace visible entre ellos, para convivir, para sociabilizar y comprender que esa verdad es la que los une y que por una razón superior se congregan ahí, por las normas y reglas que rigen por medio de esa verdad unánime, al menos de ellos, de los del pueblo y por más que algunos piensen que la revolución o rebelión está en quebrar esas condiciones establecidas para una convivencia, las normas informan linealidad y desde tiempos pretéritos se arma este proceso sistemático que algunos pretenden ignorar arrogantemente; fue así que después de tomar nuevamente el volante, la dirección de su vida, ¿la dirección de su verdad? Y rondar por el pueblo sin esperanzas de ver a nadie, se dio cuenta que era el pueblo de los invisibles.
Drake Ramoray