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Como en un sentido cáustico, la desidia y la inflamación de su hediondez, toda la desprolijidad, el total desinterés redondeaba en aquel  que siempre estaba al lado derecho de uno de las teléfonos públicos ubicados en la peatonal, su motivo era esperar el “llamado” que lo succione y lo envié al mundo paralelo, del cual intentaba despegarse a centímetros de la fantasía y clavar sus pies en el mundo real. Un día, tal vez, el día 2583 de la espera, el teléfono comenzó a sonar y sonaba sin parar, el mundo seguía igual así sea a centímetros de la realidad o años luz de la fantasía y los transeúntes seguían caminando con su piel anaranjada y los ojos cosidos, con costura gruesa, como  tortuosa, aun así todos seguían su curso con total tranquilidad, pero teléfono seguía sonando y el vagabundo instalado del lado derecho de la cabina tomo el tubo largo como un caño de acero y largo un gas alucinógeno y el sonido fue tan agudo, aturdidor que había perforado mis tímpanos enviando ondas difamatorias al cerebro para interpretarlo así, tan delirante, tan insoportable como pocas cosas, como el orín del zorrino aun peor, como todos esos sonidos que nos hacer cundir pánico por todo nuestro cuerpo acelerando el corazón, como un grito sordo; las luces se apagaron, pero era de día, solo sé que se apagaron o al menos, eso fue lo que sentí, sentí las sillas vibrar, sentí que mis manos sudaban a mares, pero quietas, estáticas, como amordazadas, los pelos de la nuca erizados y las pupilas dilatadas, así las sentí, sentí la dualidad de la fantasía y la realidad, que una era bastante retraída y eso la asimilaba con la otra, pero el vagabundo gritaba que eran días o meses luz los que nos separaba de esas dos fases, o tal vez centímetros, que a veces de la cintura para abajo estamos en fantasía y de la cintura para arriba en la realidad o viceversa, depende como comenzábamos el día; así estaba, prestando toda mi atención al vagabundo, que se había convertido en el todo, sus afirmaciones, sus miradas y sus gestos, era el único que estaba pendiente de él, los demás seguían y el teléfono volvió a sonar sin parar, sin pausa entre tono y tono, y dolía escucharlo, pero había una belleza, aunque sea ínfima había una belleza en ese sonido, casi indistinguible; ya los transeúntes, además del color particular de su piel y los ojos cosidos, eran pelados, eran todos iguales, no se definía sexo, solo yo y el vagabundo parecíamos los dos hombre, había un sentido general de total ignorancia, hasta incluso el vagabundo me ignoraba con sus ojos , con su olor putrefacto y gritando; al perder el enfoque en el comencé a dudar si estaba acá o allá, en la realidad o en la fantasía, la incertidumbre me abrazo y no sabía si parte de mi cuerpo estaba en uno o en otro, estaba a una deriva incomprensible, nada era nada, como un limbo, como alma desdichada, como un gemido vacío, eso y el teléfono dejo de sonar, nací.

 

Drake Ramoray

El llamado

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